jueves, 28 de mayo de 2015

Olvidarte es cosa mía no del tiempo.

Te escribo porque soy incapaz de dejar de echarte de menos, ¿no crees que debo de sentir mucho para seguir teniendo miles de palabras que decirte? Palabras que al fin y al cabo, describen como me siento. Destrozada, rota, sola, perdida o sin ti, que viene a ser lo mismo. Y es que ya no son solo mis manos las que pasan frío, sino también mi corazón, chico. Y sigo sintiendo lo que no debería porque esa historia significó mucho para mí y muy poco para ti. Me gustaría que fueses tú el que me busca en todas partes, el que me echara de menos, aquel que tuviese ganas de llamarme a cada hora, minuto y segundo de toda su vida. Pero esta vez me ha tocado a mí; me ha tocado a mí levantarme cada mañana con ganas cuando en realidad no las tengo, solo las tenía contigo, ¿cómo no iba a tenerlas? Me levantaba contigo al lado y los buenos días los tenía porque me los dabas tú. Me ha tocado salir a la calle sin ganas y aún así seguir viviendo porque es lo que toca. ¿Sabes lo cansada que estoy de que me digan que tengo que dejar de depender de ti? Lo sé, joder, pero decirlo es una cosa y hacerlo es otra más complicada. Que daría mi vida por tenerte al otro lado de la cama, por sentir tu piel en mi piel, tus caricias, tus besos, tus te quiero aunque fuesen mentira, tus ganas de ti y de mí, tus rabietas de niño, tus abrazos, tus besos en mis mejillas cuando lloraba, tus manos en mis caderas y las mías en tu espalda, perdiéndonos juntos, no yo sola joder, estoy tan perdida que ni con un puto mapa salgo de este caos. Quizás la gente se preguntará cómo fue nuestra historia, y no hay nada diferente en ella que la típica historia de amor basada en conocerte, ilusionarme, arriesgarme, quererte, tenerte, perderte, perderme, llorarte, buscarte y no encontrarte, y después de eso simplemente dejé de creer en la típica historia de amor con final feliz. No existen. Como tampoco existen las posibilidades de que vuelvas. Bueno quizás lo único distinto en nuestra historia sabes qué fue, que cuando empecé a quererte, lo hice sabiendo que era para siempre, y eso a la larga pasa factura. ¿Cómo? te preguntarás; pues que no quiero a otro que no seas tú, y eso te destroza la vida. Y tú, aquel adorable cabrón tenías el poder de destrozarla, pero supongo que siempre pueden hacerlo cuando te enamoras, pero... ¿tanto? ¿tanto como para no querer a otro? ¿tanto como para compararlos contigo? Chico que me has dejado marcada, y eso no lo borra ni el tiempo, olvidarte es cosa mía, pero no sé si es lo que quiero. La parte racional de mí dice que pase página a nuestra historia, pero mi parte irracional me dice que no, porque no es solo una página que pasar, sería tener que dejar de leer el libro entero del que no estoy preparada para deshacerme. Y por eso te sigo escribiendo, porque no puedo dejarte ir, ahora no, y quizás nunca.

sábado, 16 de mayo de 2015

2015.

Un día te das cuenta, el tiempo ha pasado y sigues en el mismo lugar de siempre. Y todo lo que eso conlleva. Sigues teniéndole miedo a las despedidas y sigues sin saber si existen finales felices. Sigues esperando y desesperándote. Las noches se convierten en insomnios y los días te matan sin pedir permiso. Un día te das cuenta de que estás tan vacío por dentro que, solo de pensarlo, te entra vértigo, y es que no has encontrado a nadie que consiga hacerte sonreír como si el mundo no doliese. Escribes. Cierras los ojos. Duermes pocas horas. Detienes alarmas. Y te preguntas por qué y hasta cuándo. Por qué y hasta cuándo de tu vida. O de la muerte. Empiezas a pensar que quizás sean lo mismo. La gente te mira y sonríes, qué sabrán ellos de lo de adentro. Qué sabrán de lo hundida que estás y las ganas que tienes de irte lejos y olvidarte de todos ellos. Y cómo sabrán que ese brillo de tu mirada no son ilusiones, sino lágrimas que nunca supiste derramar. Y te pones una canción triste y subes el volumen. Quizás, piensas, mañana todo irá mejor. Pero no. Mañana seguiremos aquí, en el mismo lugar de siempre, y seremos las mismas coordenadas de un mapa en el que no sabemos encontrarnos. Y así es un poquito la vida, como un concurso de ver quién muere mejor. O más rápido. O algo parecido. No sé, tengo esa sensación, de que nos estamos acostumbrando demasiado a ser precipicios. A precipitarnos. A sonreír cuando nos disparan y a decir que no nos ha dolido. A que se nos queden los “te quiero” en la punta de la lengua y terminen, un día, o una noche, desangrándonos por dentro. Y así no vamos a ninguna parte.